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Microplásticos en el chicle: un riesgo invisible que pasa desapercibido |
Masticar chicle puede parecer un gesto inofensivo, incluso útil en determinadas ocasiones. Algunas personas lo utilizan para refrescar el aliento, estimular la digestión tras una comida copiosa o como sustituto temporal del cepillado dental. Sin embargo, recientes investigaciones han sacado a la luz un dato preocupante: un chicle convencional puede liberar más de 3.000 microplásticos en los primeros ocho minutos de masticación.
El componente principal del chicle es la llamada “goma base”. A simple vista puede parecer un término inofensivo, pero esta base no es más que una mezcla de plásticos sintéticos, entre los que destaca el acetato de polivinilo, un polímero utilizado también en adhesivos y otros productos industriales.
En sus orígenes, el chicle se fabricaba a partir de una savia natural procedente del árbol Manilkara zapota, también conocido como “chicleo”. Sin embargo, la industria alimentaria optó por sustituir esta base natural por compuestos plásticos más baratos y duraderos. El resultado: masticamos plástico con saborizantes.
Los microplásticos son pequeñas partículas de plástico de menos de 5 milímetros que se han convertido en una de las principales amenazas ambientales y sanitarias de nuestro tiempo. Cuando masticamos chicle con goma base plástica, estas micropartículas se liberan en la saliva y pueden ser absorbidas por el organismo.
Un estudio citado recientemente ha demostrado que en tan solo ocho minutos de masticación, se pueden liberar hasta 3.000 microplásticos. Estas partículas pueden acumularse en los órganos vitales, afectar el sistema inmunológico, alterar el metabolismo e incluso interferir en funciones cognitivas del cerebro.
La presencia de microplásticos en el cuerpo humano ha sido confirmada en sangre, heces, placenta e incluso pulmones. Su efecto a largo plazo aún está en estudio, pero los expertos advierten de su potencial para causar inflamación crónica, estrés oxidativo y desequilibrios hormonales.
Al ingerir microplásticos, no solo nos exponemos a las partículas en sí, sino también a los aditivos químicos que contienen, muchos de los cuales son disruptores endocrinos o compuestos tóxicos. En el caso del chicle, esta exposición ocurre de forma directa y repetida.
La recomendación general es clara: reducir o eliminar el consumo de chicles convencionales. Si decides seguir utilizándolos, lo ideal es optar por alternativas libres de plásticos, elaboradas con base vegetal o natural. Existen marcas que recuperan el uso de goma de chicle natural y emplean endulzantes más saludables.
Además, es importante tener en cuenta que el chicle no es inocuo para el sistema digestivo. Aunque puede tener un efecto descongestionante o ayudar con la sensación de plenitud estomacal en momentos puntuales, también puede favorecer la aerofagia (ingestión de aire), aumentar la producción de gases y alterar la microbiota intestinal si se consume en exceso.
En un contexto donde la exposición a plásticos está cada vez más presente —en alimentos, bebidas, ropa y productos de uso cotidiano—, reducir su presencia en nuestra dieta se convierte en una decisión consciente y necesaria. Y el chicle, por pequeño que parezca, es un claro ejemplo de cómo los hábitos diarios pueden tener un impacto silencioso pero profundo en nuestra salud.
Masticar un chicle puede parecer un acto trivial, pero ahora sabemos que también puede ser una fuente inesperada de microplásticos en el cuerpo. Elegir productos más naturales, leer etiquetas y mantener un consumo moderado son formas efectivas de cuidar nuestro bienestar sin renunciar a la comodidad ocasional de un chicle.
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