Del Zelda a Fortnite: así han cambiado los videojuegos y su impacto en el cerebro infantil

Videojuegos de los 90 y neuroplasticidad: cómo moldearon el cerebro de toda una generación
Videojuegos de los 90 y neuroplasticidad: cómo moldearon el cerebro de toda una generación

Durante años se ha repetido la idea de que las diferencias entre generaciones se explican únicamente por factores culturales o por una supuesta brecha tecnológica. Sin embargo, un creciente cuerpo de investigaciones en psicología y neurociencia apunta a una explicación más profunda: la neuroplasticidad. El cerebro humano se adapta físicamente a los estímulos que recibe durante la infancia, y en el caso de quienes crecieron en los años 80 y 90, los videojuegos clásicos jugaron un papel más importante de lo que muchos imaginan.

Un estudio reciente en el ámbito de la psicología cognitiva ha vuelto a poner el foco en cómo los videojuegos de la infancia influyeron en la forma de pensar de toda una generación. Frente a la generación Z, que presenta niveles de atención más bajos según diversos informes académicos, los jugadores de los 90 desarrollaron habilidades distintas, especialmente relacionadas con la orientación espacial, la memoria y la tolerancia a la frustración.

Neuroplasticidad: cómo los videojuegos moldean el cerebro

La neuroplasticidad es la capacidad del cerebro para reorganizarse y modificar sus conexiones neuronales en función de la experiencia. Durante la infancia, este fenómeno es especialmente intenso. Cada reto, cada estímulo y cada problema a resolver deja una huella física en la estructura cerebral.

Los videojuegos de generaciones anteriores no estaban diseñados para guiar al jugador paso a paso. Títulos como The Legend of Zelda, Doom o Super Mario 64 exigían exploración, memoria y ensayo-error. No había flechas luminosas, mapas interactivos ni indicadores constantes de objetivos. El jugador debía construir un mapa mental del entorno, recordar caminos y aprender de sus errores.

Este tipo de mecánicas activaban y fortalecían el hipocampo, una región clave del cerebro asociada a la memoria espacial y la orientación. Estudios de neuroimagen, como los realizados por la University College London, han demostrado que tareas de navegación compleja pueden aumentar la actividad y el volumen funcional del hipocampo, un efecto similar al observado en profesionales que dependen de la orientación, como los taxistas de Londres.

De la exploración a la obediencia guiada

En contraste, muchos videojuegos actuales priorizan la accesibilidad inmediata. Líneas en el suelo, colores llamativos y sistemas de ayuda constantes indican al jugador exactamente qué hacer y a dónde ir. Esta filosofía de diseño reduce la necesidad de exploración activa y convierte la experiencia en un seguimiento de instrucciones.

Desde un punto de vista cognitivo, esto implica que el cerebro del jugador no necesita crear mapas internos ni tomar decisiones complejas. Según varios psicólogos del desarrollo, esta tendencia puede limitar el entrenamiento de habilidades como la planificación, la orientación y la resolución autónoma de problemas.

No se trata de demonizar los videojuegos modernos, que también aportan beneficios en coordinación, trabajo en equipo o pensamiento estratégico. El debate está en el equilibrio y en cómo ciertos diseños priorizan la gratificación inmediata frente al aprendizaje progresivo.

Fracaso, paciencia y tolerancia a la frustración

Otro elemento clave de los videojuegos de los 90 era la dificultad. Juegos como Sonic ofrecían un número limitado de vidas. Perder significaba empezar de nuevo, aprender patrones y mejorar con la práctica. Este proceso reforzaba la paciencia y la tolerancia a la frustración.

Hoy, muchos títulos adaptan automáticamente la dificultad si el jugador falla repetidamente. El objetivo es evitar el abandono y mantener la atención constante. Aunque esta estrategia mejora la accesibilidad, también reduce la exposición al error como herramienta de aprendizaje.

Investigaciones en psicología educativa indican que la capacidad de enfrentarse al fracaso y perseverar está estrechamente ligada al desarrollo de la resiliencia. Cuando el error se elimina o se suaviza en exceso, se pierde parte de ese entrenamiento emocional.

La recompensa tardía frente al placer instantáneo

Uno de los cambios más significativos tiene que ver con los sistemas de recompensa. Para muchos jugadores de los 90, conseguir un juego nuevo implicaba meses de espera, ahorro o intercambio. Los trucos se buscaban en revistas especializadas o en cibercafés, apuntados a mano en cuadernos. Este proceso fomentaba la recompensa diferida, una habilidad clave para el autocontrol.

En la actualidad, los videojuegos integran sistemas de recompensas constantes: loot boxes, skins, pases de batalla y eventos temporales que liberan dopamina cada pocos minutos. Según estudios publicados en revistas como Nature Human Behaviour, la exposición continua a recompensas inmediatas puede reducir la capacidad de mantener la atención en tareas prolongadas, especialmente en cerebros en desarrollo.

Un informe de Microsoft sobre hábitos digitales ya señalaba en 2015 una disminución generalizada de la capacidad de atención, con un impacto mayor en los usuarios más jóvenes. Aunque los videojuegos no son el único factor, sí forman parte de un ecosistema digital diseñado para captar atención de forma permanente.

Videojuegos infinitos y diseño conductual

Antes, la mayoría de los videojuegos tenían un final claro. Completar la historia implicaba apagar la consola. Hoy, títulos como Fortnite o Roblox se conciben como experiencias prácticamente infinitas. Su diseño se apoya en principios de la psicología conductual y la sociología, con el objetivo de maximizar el tiempo de permanencia.

El uso deliberado del FOMO (miedo a quedarse fuera), recompensas exclusivas por tiempo limitado y progresiones interminables responde a estrategias bien documentadas en el diseño de productos digitales. No es casualidad: muchos estudios de desarrollo cuentan con psicólogos especializados en comportamiento del usuario.

El resultado es un entorno altamente estimulante que puede dificultar la autorregulación, especialmente en niños y adolescentes que aún no han desarrollado plenamente las áreas cerebrales responsables del control de impulsos.

No es nostalgia, es contexto neurocognitivo

La comparación entre generaciones no debería plantearse desde la superioridad moral ni desde la nostalgia. Entender cómo los estímulos digitales afectan al cerebro permite contextualizar comportamientos y hábitos. Quienes crecieron con videojuegos más exigentes en términos cognitivos entrenaron, sin saberlo, habilidades como la paciencia, la planificación y la resolución de problemas.

Al mismo tiempo, las generaciones actuales se enfrentan a retos distintos, en un entorno saturado de estímulos y diseñado para captar atención constante. Reconocer este contexto es clave para promover un uso más consciente de la tecnología, tanto en el ámbito educativo como en el familiar.

La conclusión es clara: los videojuegos no solo entretienen, también educan y moldean el cerebro. La pregunta ya no es si influyen, sino cómo diseñar experiencias digitales que equilibren diversión, aprendizaje y salud cognitiva a largo plazo.

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